jueves, 8 de noviembre de 2012

Cuentos Maravillosos o de Hadas


 LA BELLA DURMIENTE.

Hermanos Grimm
   
 Aunque aquel rey no era supersticioso, por seguir la costumbre de la familia consultó a los videntes en el nacimiento de su hija. Estos le auguraron que la princesa llegaría a gobernar, cosa que le pareció excelente al soberano, pero que podía existir un grave problema: que entonteciera antes de ser reina. 
 Nuestro monarca no creía en las profecías, pero para curarse en salud, y por lo que pudiera ocurrir, decidió  que desde ese mismo momento evitaría a su hija la posibilidad de entontecer. 
 La cosa, claro está, no era sencilla. Existían riesgos biológicos y de otro tipo, pero el rey sabía cual era la gran fuente de idiotez en su dominios, y determinó alejar de ella a su hija. Así ordenó que bajo ninguna circunstancia y en ningún momento la princesa pudiera ver la televisión. 
 La princesa creció, y fuera por la precaución de su padre, o bien por la propia naturaleza, el caso es que su 
criterio parecía alejado de cualquier suerte de debilidad mental. Tan era así, que llegado el momento el rey decidió abdicar y elevar al trono a su querida y sensata hija. 
 La noche previa a la coronación, la todavía princesa quiso, en un rapto de cariño, ver a su vieja nodriza, y en secreto y por sorpresa la visitó en su casa. 
Y allí, en un rincón, la futura reina se encontró con un artilugio que en su vida había visto: un aparato de televisión. 
Estremecida por el descubrimiento, olvidó a su nodriza y puso toda su atención en lo que un imbécil proclamaba en esos momentos en la pequeña pantalla. 
 No todo era inmundicia en los programas que transmitía la televisión del reino, pero nuestra princesa tuvo la desgracia de encontrarse con lo peor. En esos momentos un cretino que se autocalificaba de "liberal" y que citaba continuamente a un tal Adam Smith, por supuesto sin haberlo leído, defendía la idea de que lo mejor que se podía hacer en todo momento era simplemente no hacer nada. Y la princesa, a muy pocas horas de ser proclamada reina, tal y como se anunció en su nacimiento, se embobó. 
 Al rey, a la mañana siguiente, y ya en la ceremonia de abdicación y coronación, no le gustó lo más mínimo el brillo de los ojos de su hija así como el detalle de que prácticamente no parpadease, pero prefirió suponer que esos signos se correspondían con la intensa emoción que en estos históricos momentos debería embargarla. Y con la solemnidad necesaria le pasó los símbolos del poder. 
 Una vez coronada, y mientras la tontuna se enseñoreaba de todo su ser, la reina dirigió sus primeras palabras como tal a su pueblo. 
 - Amado pueblo - dijo con emoción - mi gobierno estará basado en el sabio principio de que lo mejor es no hacer nada, por ello tomaré el nombre de Nada I, mi lema será el de "laisez-faire", y por coherencia no diré nada mas. 
 Y como los deseos de los soberanos son órdenes, los mandatarios del país se aprestaron a cumplir con las directrices de su nueva reina. El mensaje de la corona  se recibió con distintos grados de resistencia. En las Facultades de Economía esa resistencia fue apenas percibible pues algo parecido a eso ya se estaba enseñando por las más doctas y venerables acémilas de la institución, pero en otros ámbitos académicos y de la enseñanza en general se tuvieron que forzar realmente las cosas. Pero poco a poco se fueron imponiendo las nuevas ideas. Así la mejor política industrial llegó a ser la que no existe, como la mejor ordenación de las ciudades se derivó de la ausencia total de planificación, y así sucesivamente. 
 Se eliminó cualquier reglamentación sobre los medicamentos y la gente compraba aquellos que parecía no 
producían demasiadas muertes, los semáforos fueron arrancados de las calles de las ciudades para que el tráfico se regulase por si mismo, la electricidad llegaba a las casas cuando quería, y los médicos atendían a los pacientes si les daba la gana. 
 Pero después de eliminar toda reglamentación, los propios mandatarios se dieron cuenta de que luchar contra el hacer algo era también hacer algo, y dejaron de hacerlo. Y el "no hacer" se fue imponiendo en la mente de todos los súbditos de la reina Nada. Los agricultores dejaron de sembrar y dejaron los comerciantes de comprar y vender. Ya nadie limpiaba, ni cocinaba, ni leía, ni deseaba. Y al poco, puestos a no hacer nada, dejaron también de moverse. 
 Las malezas cubrieron el país de la reina Nada como el polvo fue cubriendo a sus habitantes. Las comunicaciones con el resto del mundo se anularon y desde los satélites que giraban en torno al planeta se percibían aquellos dominios como un espacio silencioso y sin vida. 
 El viejo ex-rey desde el mismo día de su abdicación había decidido trasladarse al país de un pariente muy cercano y desde allí seguía con gran preocupación lo que acontecía en su antiguo reino. Por supuesto que no quería interferir en lo que su hija, la reina, hacía y deshacía en lo que eran ahora sus dominios, pero no podía permanecer pasivo ante aquel desastre. 
 Así mandó que uno de los jóvenes más valientes de su tierra de exilio llevara un mensaje a la reina Nada. Y la carta, tras muchas vicisitudes llegó a la destinataria. 
 La reina Nada apartó las telarañas que la cubrían y leyó aquello que su padre la enviaba. Eran sólo unas líneas y en ellas se decía: "Hija mía, ¿no crees que eres ya suficientemente mayor para tanta memez?". Y a la reina Nada le desapareció la bobería tan de repente como le había llegado. 
 Al poco tiempo las malezas ya no cubrían los caminos, las leyes se aplicaban, las mercancías se intercambiaban en los mercados, y las gentes se querían. Y la reina Nada veía de vez en cuando la televisión. Le gustaban especialmente los programas de payasos en los que algún enloquecido ultraliberal hacía reír a la gente con las tontadas que decía.

EL GATO CON BOTAS.
Charles Perrault.


 Aquel era un hermoso país y el Mercado quería poseerlo. Pero tenía pocas esperanzas porque sus habitantes eran felices en su sencillez y el mercado era para ellos solamente el sitio a donde se iba a hacer la compra. 
 El terrible Mercado tenía un esbirro, y este, viendo a su amo tan deseoso de reinar absolutamente en nuestro país le dijo un día: 
 - No os preocupéis mi señor, que las tierras y gentes que ambicionáis serán pronto vuestras. Dadme permiso para actuar y pronto caerán en vuestras manos como fruta madura. 
 Conseguido el permiso el esbirro se puso inmediatamente a actuar. Así al levantarse por la mañana todos los habitantes del país ambicionado se encontraron junto a su cama con un pequeño obsequio y una nota que decía: 
"Regalo de mi señor el Mercado. Acudid a la Plaza Mayor y tendréis más información sobre mi augusto señor" 
 Y muchos acudieron. Cuando ya se había reunido suficiente gente, el enviado del Señor Mercado se dirigió 
a ellos. 
 - Todos vosotros ya habéis recibido - les dijo - una primera prueba de lo que el Mercado puede hacer por vosotros. Pero eso es sólo el comienzo. He visto que vivís bien y en paz, pero os aseguro que viviríais mucho mejor y con más tranquilidad si el Mercado se enseñoreara de vosotros. Usáis sólo el mercado para lo indispensable y vuestra felicidad y libertad aumentarían si todos los aspectos de vuestras vidas estuvieran determinados por él. Pero continuó todos sabemos que una imagen vale más que mil palabras, y así os propongo que una delegación de vosotros visite un país en el que el Mercado es el dueño y señor absoluto. 
 Puestos a ser más felices, y dado que el servidor del Señor Mercado iba a correr con todos los gastos, unos cuantos decidieron ver si era cierto lo que les contaban, se despidieron de sus familias y partieron. 
 El esbirro eligió un gran país gobernado por gente sabia, y comenzó a mostrárselo. Empezaron visitando un maravilloso Parque Nacional. 
 - Observar - dijo a la delegación el siervo - la sabiduría con la que el mercado ha trazado las montañas y los ríos, escuchar el ruido del agua, del viento y el sonido de los animales libres por la actuación del mercado. Mirad esa limpieza del aire que sólo el mercado puede lograr. Deleitáos con la paz que estos paisajes proporcionan y que el mercado ha conseguido. 
 Y la delegación estuvo de acuerdo en que nada parecido en belleza a esos parajes tenían en su humilde país. 
 Las ciudades estaban sumamente cuidadas, el desempleo no existía y los delitos eran mínimos. Los habitantes de este país sabían que en caso de enfermedad iban a ser atendidos, que la educación estaba asegurada y que tendrían derecho a una pensión digna en su vejez, y todo ello, al eliminar miedos, aumentaba su libertad. 
 - Fijaros en la limpieza de las calles que consigue el mercado - explicó el esclavo a la delegación - mirad como se conserva gracias al mercado esa impresionante  catedral gótica. Observar como, por el sometimiento al mercado, los jóvenes se enamoran, los niños juegan y los viejos conversan plácidamente en plazas tranquilas. 
 - Y aquí - preguntó uno de los miembros de la delegación - ¿no hay pobres ni mendigos? 
 - El mercado no lo consentiría. - Afirmó con aplomo el gran embustero. 
 Y todos los invitados al viaje coincidieron en que esa seguridad de las vidas, esa paz de las gentes y esas ciudades tan agradables no se encontraban en su pequeño país. 
 De vuelta a casa contaron al resto de sus compatriotas todas las maravillas que habían visto y una gran mayoría pensó en la conveniencia de que el mercado rigiera sus vidas. 
 Pero uno de los miembros de la delegación tenía la mosca detrás de la oreja. Así que invitó a su casa a un grupo de amigos y conocidos y les dijo: 
 - Todo lo que os hemos contado es cierto pues eso es lo que vimos, pero yo no estoy del todo seguro que esas maravillas sean consecuencia del acatamiento del mercado. Bien es verdad que algunas veces preguntamos a los habitantes de aquel país por algo que nos parecía muy bueno y nos contestaron que al mercado se debía todo. 
Pero me pareció que esa contestación estaba provocada por algún tipo de amenaza que el siervo del Mercado les había hecho. Lo que os propongo - concluyó - es que nos organicemos para promover una discusión seria sobre el mercado antes de precipitarnos en sus brazos. 
 Y así constituyeron una organización a la llamaron REFLEXIÓN que se  oponía a la aceptación avasalladora del mercado antes de sopesar las razones y de observar otros países visitándolos esta vez por cuenta propia. 
 El enviado del Mercado veía con suspicacia cualquier tipo de organización, pero esta particularmente le preocupaba seriamente. Así que un día se presentó en una asamblea de REFLEXIÓN y les dijo: 
 - Ya sé que sois poderosos porque estáis organizados, pero no creo que pertenezcáis libremente a esa asociación, sino que alguien os fuerza a hacerlo. 
Sólo os respetaré - continuó - si me demostráis que vuestra unión es voluntaria, y para ello deberéis disolver 
REFLEXIÓN y luego volver a constituirla. 
 Todos los miembros estaban convencidos de que estaban allí porque les daba la gana, con lo que para probar su libertad se disolvieron con el ánimo de reconstruirse posteriormente. Pero no pudieron hacerlo, ya que el enviado del Mercado, fue eliminándolos uno a uno. 
 Así, sin ya oposición, el esbirro marchó a ver a su amo y le dijo: 
 -Como te prometí, el país que deseabas es ahora tuyo. Ya puedes dominarle.  Y el mercado lo dominó.  

 EL LOBO Y LOS CABRITILLOS.

Hermanos Grim.







 Hubo una vez un pequeño pueblo que habitaba un valle perdido. Nadie sabía muy bien desde cuando estaban allí, pero se decía que los antepasados de los antepasados ya pescaban, cazaban, construían monumentos, reían y lloraban en el mismo sitio. Se pensaba que los antepasados de los antepasados de los antepasados vinieron de algún sitio, pero eso era ya demasiado tiempo atrás. 
 El de más edad entre ellos era llamado, con sumo respeto, El Anciano, y  se encargaba de solucionar, con su autoridad, los problemas de convivencia que aparecían de vez en cuando, recordaba las costumbres, y defendía la alegría. 
 Como cada semana El Anciano subió a la cumbre más elevada para meditar, pero esta vez no pudo conseguirlo. Desde su altura percibió y olió el peligro: alguien siniestro se dirigía hacia donde moraban los suyos. 
 Conocía al siniestro sin nunca haberle visto. En su ya larga vida nunca había tenido que enfrentársele. Pero no en vano la sabiduría y el conocimiento se transmitían de padres a hijos, y seres tenebrosos como el que ahora se acercaba ya habían aparecido por allí en tiempos remotos dejando tras su paso la desdicha. Incluso los antepasados de los antepasados ya le habían puesto un nombre: El que usa a los hombres.  El Anciano sabía que de nada servirían sus advertencias. Su gente tendría que luchar desde lo más profundo de su corazón, empleando todas sus fuerzas y con toda su inteligencia contra El que usa a los hombres, hasta lograr expulsarlo, y, aún así, el dolor y el desastre estaban asegurado. Y también conocía que su deber era advertir y luego desaparecer hasta que una señal llegase.  Bajó a toda prisa la montaña y convocó a todos. 
 - Tengo que alejarme una temporada de vosotros - les dijo - y no os puedo explicar la razón. Pero tengo que advertiros que se acerca  El que usa a los hombres, y debéis estar precavidos porque sólo persigue vuestra destrucción. Le reconoceréis por la frialdad de sus palabras y por las imágenes que os sugerirá su presencia. 
 Y dicho esto, se retiró al lugar más apartado de las montañas esperando la señal de que su pueblo había sobrevivido a la inmundicia del siniestro. 
 Poco después de amanecer le vieron llegar. Vestía ropas extrañas y portaba armas, pero como todavía no sabían quien podía ser y eran hospitalarios, le dieron la bienvenida y le ofrecieron comida. 
 Pero si alguno todavía mantenía alguna duda respecto a si el visitante matutino tenía algo que ver con el peligro señalado por El Anciano, el propio extranjero se encargó de disiparla. 
 Les amenazó con sus armas y gritó algunas palabras en un idioma desconocido, pero que helaba la sangre por su violencia intuida. Les quedó muy claro que aquel poderoso individuo deseaba algo de ellos, pero también comprendieron que ese sonido de la voz sólo podía provenir del El que usa a los hombres, tal y como les había advertido El Anciano. Así que, aunque temerosos, se agruparon y le señalaron con gestos el camino de vuelta. Y el miserable se largó de allí. 
 Pero poco duró su paz. Al cabo de unas semanas volvió a aparecer, pero esta vez luciendo una sonrisa. No dijo una palabra, sino que sacó de su mochila un pequeño objeto, lo puso sobre el suelo y al tocarlo suavemente con sus dedos todos pudieron escuchar una voz suavísima, que en su propio idioma, les saludaba y halagaba, recordándoles su aspecto majestuoso, su nobleza y valentía, el maravilloso valle en el que vivían, la confortabilidad de sus hogares y la alegría que se percibía en los ojos de los niños. 
 Muchos comenzaron a pensar que se habían equivocado la vez pasada, porque palabras tan dulces no podían asociarse con El que usa a los hombres. Y siguieron escuchando cada vez más seducidos. 
 La voz cautivadora les decía ahora que debían hacer lo que el extranjero les ordenase, pero que a cambio recibirían múltiples "cosas". En ese momento una gran mayoría estaba ya dispuesta a obedecer a aquel ser por su voz, aunque nadie entendía para qué podrían servir esas "cosas" que les ofrecía. 
 Y esa falta de entendimiento le llevó a uno de nuestros amigos a reflexionar. Lo pensó durante todo un día, recordó las palabras de El Anciano, y por la noche, aprovechando que el extranjero dormía feliz confiando en la pronta sumisión de estas gentes, reunió a todos y les dijo: 
 -  El extranjero habla ahora con voz agradable, y nos promete "cosas", pero yo no me imagino que pueden ser esas cosas. Sólo siento el vacío cuando pienso en ellas y algo como un frío raro se apodera de mí. Recuerdo que El Anciano no sólo nos previno contra la voz, sino también contra la imagen. En definitiva - terminó mientras que los demás mostraban su preocupación en sus rostros - creo que nuestro huésped es El que usa a los hombres. 
 Y así lo acordaron por unanimidad. Con lo que a la mañana siguiente al despertarse, aquel extraño individuo se encontró con las caras serias de todos los habitantes del valle que le señalaban con determinación el camino de vuelta. 
 Pero al cabo de unas semanas regresó. Puso en el suelo una especie de caja extraña y de ella no sólo surgían unas palabras deleitosas sino que, además, y por primera vez todos los habitantes del valle pudieron ver las "cosas". 
 Como si de magia se tratara veían imágenes de gentes como ellos vestidos con ropas similares al extranjero comiendo manjares apetitosos, viajando por caminos sin barro en carros brillantes y magníficos, viendo nevar desde unas casas en las que claramente no hacía frío, oyendo palabras bonitas en aparatos como los que ya conocían por la segunda visita de aquel individuo, o contemplando en una caja similar a la que tenían enfrente figuras maravillosas. 
Y comprendieron qué eran las "cosas"; y las desearon con todo su corazón y con toda su alma, y con todas sus fuerzas. 
 - Ni la voz que oímos, ni las imágenes que vemos - dijo uno de los más respetados habitantes del valle - se corresponden con aquello con lo que El Anciano nos advirtió. Este hombre no es aquel que temíamos, sino nuestro amigo y benefactor. Trabajemos para él y obtengamos esas maravillosas "cosas" que nos promete. Y trabajaron como animales para el extranjero. Su pequeña economía desapareció, se alteraron sus formas de vida y el uso de su tiempo, los fuertes se embrutecieron y los más débiles comenzaron a sucumbir. Pero las famosas "cosas" nunca llegaron, y cada vez que el extranjero veía que la desesperación y el desánimo se hacían casi insoportable, volvía a conectar aquella caja extraña y todos contemplaban extasiados las "cosas" que tendrían tras el sufrimiento. Y volvían con renovados ánimos a trabajar de nuevo. 
 Fue entonces cuando a aquel que ya había sospechado en su momento, comprendió con espanto que se encontraban dominados por El que usa a los hombres. Agarró con fuerza la piedra del tiempo y se encaminó a la montaña para buscar a El Anciano. 
 - Supongo que vienes con la piedra del tiempo - le dijo El Anciano, que esperaba como un niño esa señal que tampoco sabía muy bien como podría ser - porque os habréis librado del miserable. 
 - Sólo vengo yo - reconoció avergonzado -, los demás trabajan para él y se destruyen en su locura. Escuchan su voz maravillosa y miran las hermosas imágenes que les muestra. No oyen otra cosa que la voz ni ven algo que no sean las "cosas". 
 El Anciano supo que aquello era la señal. No era lo que se esperaba ni tendría que actuar como preveía. Y debería ir pensando en transmitir a los siguientes que todo podía ser distinto a lo pensado. 
 Bajó con decisión al valle. Vio a aquellos fantasmas famélicos y rotos por el trabajo bestial que seguían siendo su pueblo y les conminó a acompañarle hasta la caja de las imágenes. El que usa a los hombres, viendo que se trataba simplemente de eso no se opuso, sino que consideró gozosamente la posibilidad de que el viejo, del que ya había oído hablar, cayera también seducido por su caja mágica. 
 La caja estaba muda. El Anciano se acercó a ella, la tocó, y voces e imágenes comenzaron a surgir. Los destrozados habitantes del valle contemplaron por primera vez otras visiones. Era gente semejante a ellos, pero esta vez eran todavía más parecidos porque no había "cosas". Había, en cambio, sudor y caras demacradas, cansancio infinito en las miradas, niños que morían, y pobres cubiertos de cucarachas que agonizaban en espantosa soledad, mujeres que se ofrecían a cambio de comida, peleas de borrachos que acababan en sangre, mendigos en calles sucias, familias hacinadas en diminutas casas malolientes que tiritaban de frío... Pero lo que más les sorprendió era que en medio de ese infierno, personas enfermas que tiradas en la calle ya veían la muerte cerca sostenían aquel pequeño objeto del que salían palabras tan suaves, y que en el interior de aquellas casuchas hediondas brillaban las imágenes de aquella caja mágica que mostraba las "cosas". 
 Y comprendieron que eran ellos mismos. La rabia les dio fuerzas para que sus agotados músculos pudieran destrozar la caja de las imágenes y de las voces. Señalaron por última vez a aquel miserable extranjero el camino de vuelta, y ya no volvió más. 
 Y no volvió más con nuevas triquiñuelas porque uno de ellos le siguió en su viaje, y poco antes de abandonar estos territorios sorprendió al extranjero, le abrió en canal, le rellenó de piedras, le colocó como una estatua en el camino, y puso sobre su cuello una hermosa  guirnalda de flores siemprevivas en la que cualquier viajero inteligente y precavido podía leer: Así se presenta graciosamente ante ti el último El que usa a los hombres que visitó este valle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario